El prisionero de guerra británico que pidió permiso al káiser para visitar a su madre y regresó al cautiverio

La Historia se compone de pequeños y grandes relatos de
hechos que han sucedido, siendo algunos inmensamente populares y compartidos en
los libros y otros que pasan desapercibidos pero que tras un suceso apenas
conocido hay una fantástica y muy curiosa anécdota.

Una de ellas es la que tuvo lugar hace justo un siglo, en
plena Primera Guerra Mundial y en la
que, a pesar del entorno de hostilidades del conflicto bélico, la honorabilidad
y promesa de un militar se hicieron latentes.

Como en cualquier otra guerra, en la IGM cientos de miles fueron
los prisioneros hechos por parte de cualquier ejército. El hecho de retener a
esos hombres era fundamental para los propósitos de cualquier nación: debilitar
al enemigo dejándolo con menos efectivos en sus ejércitos, poder descubrir
planes de ataque mediante interrogatorios o utilizarlos como valiosa mercancía a
la hora de intercambiarlos por presos de sus ejércitos hechos por el enemigo.

Por tal motivo, cuando los presos de guerra eran de rango
militar (sobre todo, oficiales) se les solía respetar y procurando
proporcionarles una estancia en los campos de prisioneros lo más confortable
posible. Evidentemente no todos los ejércitos actuaban de este modo, pero al
menos en la IGM todavía se mantenía esa honestidad de cara a los cautivos.

Entre los numerosísimos casos ocurridos con los prisioneros
de guerra durante la Gran Guerra, cabe destacar el protagonizado por el joven capitán
británico Robert Campbell, quien al
mando del primer batallón East Surrey Regiment
cayó herido y hecho prisionero por el ejército del Imperio Alemán el 25 de
agosto de 1914, apenas dos meses desde el inicio del conflicto militar.

Como oficial que era se le trasladó inicialmente a un
hospital de Colonia, donde se recuperó de las heridas y posteriormente fue
llevado a un Oflag de Magdeburgo (campo
para prisioneros de guerra con rango oficial), donde pasó los siguientes años,
mientras la IGM todavía estaba en marcha.

La encomiable labor realizada por la Cruz Roja Internacional hizo que los presos de guerra pudieran
tener contacto postal con sus más allegados, quienes tenían noticias de éstos
(y a la inversa) gracias a la labor humanitaria de la organización.

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En 1916 entre la correspondencia llegada desde el Reino
Unido se encontraba una carta por Gladys, hermana de Robert Campbell, y en la
que le informaba de la triste noticia del cáncer que estaba padeciendo la madre
de ambos. Una enfermedad que ya se encontraba muy avanzada y que, en vistas de
lo que estaba durando la guerra, presentía que cuando esta acabara no sería a
tiempo para verla todavía con vida.

Como es de suponer, la misiva afectó profundamente al capitán
Campbell quien solicitó un permiso especial al comandante al mando del campo de
Magdeburgo con el fin de poder ir a visitar y despedirse de su enferma y
moribunda madre.

El responsable del Oflag alemán decidió tramitar la
solicitud a una sus superiores y sucesivamente éstos fueron remitiendo dicha
petición al mando que tenían por encima de ellos, hasta que sorpresivamente
ésta legó hasta manos del mismísimo káiser Guillermo
II
, quien como acto humanitario decidió autorizar la salida de Robert Campbell
y facilitar el viaje del capitán hasta Kent (Inglaterra).

Junto al permiso iba un salvoconducto que le facilitaría
dicho traslado desde Alemania hasta las Islas Británicas y una petición del káiser
quien pedía el compromiso del militar inglés en regresar al Oflag de Magdeburgo
transcurridos diez días.

El 5 de noviembre de 1916 se le facilitó la salida y el
viaje, tanto en tren como posteriormente en barco con el fin de que llegara a
tiempo para visitar a su enferma madre, algo que logró y por lo que estuvo
agradecido a la generosidad humanitaria del káiser alemán.

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Tal y como había prometido antes de partir, Robert Campbell
regresó a Magdeburgo transcurridos los diez días, algo que sorprendió no solo a
sus compañeros de cautiverio sino que también a los propios alemanes. La
honorabilidad y caballerosidad inglesa se había hecho latente en aquel pequeño
pero significativo gesto que tanto le honraba.

Al ser preguntado sobre el porqué había regresado una vez
que ya estaba libre, respondió que lo había hecho para ayudar al resto de
compañeros presos. Sabía que si no regresaba no volvería a concederse ni un
solo permiso más a otro militar preso que o necesitara y solicitase.

Pero Campbell había disfrutado de diez días de libertad y
aunque en el campo de Magdeburgo los trataban de modo correcto, quiso recuperar
la libertad, por lo que decidió trazar un plan de escape. Había tenido la
oportunidad de ver todos los alrededores y de recabar información sobre
posibles vías de escape.

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Así fue como en noviembre de 1917 se puso en marcha el plan
de fuga, en el que un nutrido número de oficiales (tanto británicos como
franceses) lograron escapar del campo de prisioneros. Desafortunadamente el capitán
Robert Campbell fue apresado cuando trataba de escapar por la frontera holandesa
y fue llevado de nuevo a Magdeburgo, donde permaneció preso un año más, hasta
el final de la Primera Guerra Mundial el 11 de noviembre de 1918.

Lamentablemente se enteró del fallecimiento de su madre,
quien murió tan solo tres meses después de haber sido visitada por él. Campbell,
a pesar de la enemistad bélica con los alemanes, agradeció toda su vida el gesto
de generosidad del Káiser.

Fuentes de consulta e imágenes: dailymail
/ bbc / mundosgm
/ blogs.canoe.com
/ todayifoundout
/ Wikimedia
commons