Las civilizaciones de la antigüedad utilizaban el trueque o intercambio de productos
cuando necesitaban algo (tú me das huevos
y a cambio yo te doy leche). Al no existir el dinero, tal y como lo
conocemos hoy, los trabajos y servicios también se pagaban a través de especies
y cosas materiales (quien trabajaba el huerto de otra persona recibía
hortalizas o el que vigilaba una mina de sal cobraba un puñado de esta
sustancia, dando esto origen al término ‘salario’).
Se tiene constancia que también empezó a usarse algunos metales preciosos como método de pago o trueque,
allá por el 2500 a.C. y la aparición de las monedas podría situarse alrededor
del siglo VII a.C.
Cada cultura y civilización acuñó las suyas propias, con
diferentes valores, tamaños, pesos e incluso formas (redondas, cuadradas, en
forma de lingote…). En la Antigua Roma una de las primeras monedas que apareció
fue el ‘as’, teniendo originalmente cada
pieza un valor diferente, debido a que su tamaño y peso variaba, por lo que se
sabía cuánto valía al pesarla en una balanza. Muchos son quienes apuntan que
fue bajo el reinado de Servio Tulio (siglo VI a.C.) cuando se reguló el peso y
valor monetario de aquellas monedas.
A lo largo de los siguientes siglos fueron apareciendo
diferente tipos de monedas, siendo una de ellas el ‘denario’ (denarius en
latín), denominada de ese modo debido a que su valor equivalía a ‘diez ases’.
La expansión del ‘Imperio
carolingio’ (siglo VIII d.C.) trajo hasta la península ibérica el denario y
en la conocida como ‘Marca Hispánica’
también se acuñaron diferentes tipos de monedas a las que se les denominó de
tal modo.
No se sabe a ciencia cierta el momento exacto en el que el vocablo
latinizado denario se convirtió en el castellano ‘dinero’, pero durante la Edad Media varias fueron las monedas que
así se les denominó, siendo una de las más populares la acuñada en plata y
cobre y que fue usada en Castilla a partir del siglo XIV.
En los siguientes cuatro siglos siguió acuñándose (tanto en
el reino de Castilla como en el de Aragón) monedas
denominadas como ‘dinero’ y que tenían diferentes valores (la mayoría de ínfimo
valor) junto a otras como los maravedís,
reales, escudos, doblas, coronas, cincuentines, blancas, ducados y un
larguísimo etcétera.
Fue el francés Philippe
de Borbón, tras ser coronado como Felipe
V de España, quien mandó retirar de circulación,
paulatinamente, las monedas de ‘dinero’ (en aquellos momentos un dinero de Aragón equivalía a veinte
dineros de Castilla) y ordenó acuñar nuevas monedas; entre ellas la famosa moneda
de 8 escudos la que aparecía la efigie del monarca luciendo una vistosa peluca (muy
de moda en la Corte francesa de donde provenía) y que con el paso del tiempo
dio origen a la denominación ‘peluco’ para
hacer referencia a un reloj.
Pero para aquel entonces el término dinero (para hacer
referencia a las distintas monedas que habían circulado) estaba tan en boca del
lenguaje coloquial de los españoles que estos siguieron denominando de tal modo
a las monedas que fueron apareciendo posteriormente, quedando tal nombre como
forma generalizada y corriente de llamar a todo tipo de moneda y billetes que
usaban.
Fuente de la imagen: pixabay
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