Cuando Churchill pretendía atrapar a Hitler para ejecutarlo en la silla eléctrica

Winston Churchill
se caracterizó a lo largo de su vida por ser una persona a la que no le
importaba decir lo que pensaba de los demás, sin temer que estos pudieran
enojarse o quizás molestase a la ciudadanía, rivales políticos u otros
personajes de la época. A pesar de ser uno de los hombres más poderosos y mejor
preparados de su tiempo, muy pocos eran los filtros que tenía, por lo que era
habitual que en un gran número de ocasiones fuese ‘políticamente incorrecto’.

A pesar de haber protagonizado algunos controvertidos episodios a los largo de su vida política
(declaraciones xenófobas hacia judíos, chinos o aborígenes australianos o el
ordenar el uso de gas letal contra la población iraquí para frenar una revuelta,
son unos pocos ejemplos), Churchill siempre ha acabado encabezando todos los
rankings que se han realizado sobre el
personaje más importante, influyente y que mayor orgullo da a los británicos
,
situándose por delante de William Shakespeare, la reina Victoria I o Charles
Darwin.

Posiblemente el hecho de no tener pelos en la lengua y soltar
todo aquello que se le pasaba por la cabeza, le confirió cierto halo de
credibilidad y popularidad, a pesar de que muchos fueron quienes lo detestaban.

Cuando fue nombrado Primer Ministro, el Reino Unido tenía
abiertos muchos frentes, la mayoría muy complicados de resolver, siendo las más
relevantes la Segunda Guerra Mundial
y las revueltas en la colina británica de la India lideradas por Mahatma Gandhi, dos asuntos con los que
debía lidiar y que, según numerosos historiadores, fueron el motivo por el cual
se decidió elegirlo para el cargo, debido a que se tenía el convencimiento que
lo quemarían como político y se retiraría, dejando de ser un estorbo para
muchos (tanto opositores como compañeros de partido).

Sobre Gandhi varias habían sido las ocasiones que había
opinado sobre éste y todas ellas de manera despectiva y poco respetuosa. Incluso
llegó a declarar en 1943, cuando el carismático líder indio se declaró en huelga
de hambre, que sería buena idea dejarlo morir y no atenderlo médicamente pues
de ese modo, si moría, se desharían de ‘un
hombre malo y un enemigo del Imperio’
.

Iósif
Stalin
fue otro de los personajes que detestó profundamente, pero
con el que no le quedó más remedio que sentarse
y dialogar amigablemente
con el fin de tenerlo como aliado en la IIGM
contra el gran enemigo común: Adolf
Hitler
.

Y es que el führer
llegó a llevarse la palma de las fobias, animadversiones y odios que sentía
Winston Churchill por alguien.

El líder nazi se había convertido en una de sus mayores obsesiones
y el principal objetivo de su gobierno debía ser acabar con él. Innumerables
fueron las ocasiones en las que el tema central de las conversaciones de
Churchill con su ‘gabinete de guerra’
fue Hitler y los cientos de planes que se realizaron para darle caza.

Lo definía como la fuente principal del mal’ y, según los
documentos y anotaciones realizadas por el subsecretario del gabinete, Sir Norman Brook, durante las reuniones,
cuando Adolf Hitler fuese atrapado no se le debería juzgar ante un tribunal
sino que se le tendría que tratar como a
un simple ‘gánster’
y acabar con su
vida mediante la ‘silla eléctrica’
.

Incluso una de aquellas anotaciones indicaban que ante la
pregunta de uno de los miembros del gabinete sobre de dónde sacarían una silla
eléctrica (el Reino Unido no disponía de ninguna), Churchill respondió de forma
jocosa que podrían pedírsela a sus aliados estadounidenses, que seguro que
tendrían alguna en ‘alquiler o préstamo’.

Dentro de la documentación sobre las reuniones del
mencionado gabinete de guerra, hay varias fechadas en mediados de abril de 1945
(un par de semanas antes de finalizar el conflicto bélico) en las que Churchill
se oponía a la propuesta realizada por sus aliados de EEUU y URSS de realizar
una serie de juicios a todos los nazis implicados, incluyendo al führer.

El mandatario británico estaba convencido de que si se
juzgaba a Hitler se le daría una tribuna desde la que justificar todas las
atrocidades que había cometido su régimen, pues si algo bueno tenía el líder
nazi era una gran retórica y poder de convicción a la hora de hablar. Por otro
lado, estadounidenses y soviéticos creían que el ejecutarlo sin juicio podría
convertir a Hitler en un mártir.

Como es sabido, finalmente Adolf Hitler decidió suicidarse
en su bunker, el 30 de abril de 1945, junto a su esposa Eva Braun (con la que
acababa de contraer matrimonio) por lo que no fue juzgado por sus crímenes (tal
y como querían estadounidenses y soviéticos) ni ejecutado directamente en la
silla eléctrica, como tanto deseaba Churchill.

Fuente de la imagen: Wikimedia
commons

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