Conocida fue la política intervencionista que aplicó Federico II (apodado ‘el Grande’) durante los 46 años en los
que reinó en Prusia (1740-1786).
Muchos fueron los ámbitos económicos de la nación en los que interfirió e
intentó controlar, ya fuese por parte de él mismo o de personas de la Corte prusiana, siendo señalado a
menudo, en los libros de Historia, como uno de los máximos representantes del ‘despotismo ilustrado’ (monarcas
absolutistas cuya máxima era ‘Todo por el pueblo, pero sin el pueblo’),
además de hacer un uso exagerado del nepotismo
(favoreciendo en la concesión de licencias y negocios a familiares y cortesanos
afines).
Muchas fueron las leyes que dictó con el fin de poner en práctica
un exagerado proteccionismo aduanero, hacia los productos y mercancías que
llegaban desde el exterior de la nación.
En el año 1777 le tocó el turno al café. Una bebida exportada desde el extranjero por comerciantes
neerlandeses y que se había hecho inmensamente popular entre todas las clases
sociales. Por tal motivo, Federico II quiso poner freno a su masivo consumo y comercialización
con el fin de beneficiar el consumo de
cerveza (que era de producción propia).
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El 13 de septiembre de aquel año emitió un decreto en el que
despotricaba contra el café, señalando que los prusianos debían beber cerveza,
al igual que él y sus antepasados habían hecho toda la vida.
También se quejaba por la bajada en el consumo de la bebida
nacional en detrimento del café, provocando esto que una gran cantidad de
dinero de los ciudadanos fuesen a parar a exportadores extranjeros.
Federico II también indicaba que el rendimiento de aquellos
soldados que consumían café era peor de quienes bebían cerveza y que, en caso
de tener que ir al frente tendrían dificultades para vencer al enemigo.
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Evidentemente, no era más que una retahíla de creencias
absurdas que lo único que hacía era afianzar más aún su política proteccionista
frente a un producto que se producía en Prusia.
Por tal motivo empezó a gravar el comercio de café con unos
altísimos impuestos y aranceles aduaneros, obligando a tener que pedir una licencia
de comercialización especial a los importadores y tostadores de cafés, siendo el
propio rey quien decidía a quién se los concedía. La práctica totalidad de esas
peticiones fueron denegadas y las pocas licencias que se concedieron fueron a
para a miembros de la Corte prusiana.
Esto provocó que se generase un mercado negro alrededor de
esta bebida (como suele ser habitual siempre que se produce alguna
prohibición).
Para localizar a quienes se saltasen la ley, el rey contrató
a una serie de personas que, de incógnito, se ocupaban de recorrer las calles
siguiendo el rastro del tueste o aroma del café. Aquellos que eran pillado
infraganti comercializando con ello eran multados.
Otra de las tácticas para acabar con el consumo masivo del
café fue gravarlo con altos impuestos para que así su comercialización (la
oficial, de los que habían obtenido el favor de poseer una licencia) fuese algo
exclusivo para las clases más altas y evitando que los más pobres (que habían
sido los mayores consumidores) no pudieran permitírselo.
A lo largo de una década se mantuvo estas normas, hasta que poco
después de 1786, tras el fallecimiento del rey, su sucesor, Federico Guillermo
II (quien era sobrino de Federico I el Grande, ya que éste no dejó
descendencia) decidió acabar con las absurdas restricciones prusianas al café.
Fuentes de
consulta e imagen: The
World of Caffeine: The Science and Culture of the World’s Most Popular Drug
/ brookstonbeerbulletin
/ pexels
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