Cuando en Nueva York se convirtió en una obligación social el tener que visitar a todas las amistades el día de Año Nuevo

Hoy en día utilizamos las redes sociales para felicitarnos las navidades o el año Nuevo, pero tiempo atrás las normas y protocolo social dictaban unos modos muy distintos sobre cómo desear prosperidad y felicitar las fiestas a nuestros conocidos y parientes.

Una de la formas más clásicas era a través de las tradicionales postales navideñas, que aparecieron en 1843, gracias a la ocurrencia del británico Henry Cole y poniéndose de moda medio siglo después. También los gremios de diferentes oficios felicitaban las Pascuas de Navidad entregando una tarjeta en la que se incluía alguna simpática poesía que versaba sobre los servicios prestados por dicho profesional.

Otra de las felicitaciones es la que todavía sigue realizándose y que se trata del institucional mensaje navideño o de Año Nuevo por parte de los mandatarios (reyes, presidentes…) y que se originó en 1932 a través de la emisora de radio BBC y con una retransmisión por parte del rey Jorge V del Reino Unido.

Pero yéndonos hacia atrás en el tiempo, podemos encontrar que entre mediados del siglo XVIII y finales del XIX existió en la ciudad de Nueva York (y en algunas localidades puntuales de Estados Unidos) una costumbre social que se convirtió de obligado cumplimiento para todos los hombres mayores de edad y que se debía llevar a cabo cada uno de enero.

Se trataba de tener que acudir a la casa de cada una de las amistades, pasar un rato allí y aprovechar para felicitarles por la llegada del nuevo año. Una costumbre que venía a ser como un acto de expiación social y por el cual, todos esos hombres aprovechaban para resolver cualquier tipo de disputa o malentendido que hubiese surgido a lo largo del año anterior y así empezaban el nuevo año partiendo de cero, sin deudas pendientes (económicas o personales).

También se aprovechaba para visitar, hablar y pasar un rato con todas aquellas amistades que, por algún motivo, no se les había visto durante los meses anteriores (ya fuese por falta de tiempo, olvido o cualquier otro motivo).

A lo largo de prácticamente todo el día de año nuevo se producía un trasiego de caballeros que iban de una casa a otra, charlaban un rato con sus amigos y anfitriones, tomaban algún aperitivo y seguían haciendo el recorrido por los hogares del resto de amigos y conocidos.

Esta era una tradición que tan solo era realizada por los hombres, por lo que las mujeres se quedaban en casa, ayudaban a atender las visitas, preparar aquello que se serviría como cortesía e incluso las más jóvenes y solteras se acicalaban al máximo ante la posible visita de algún pretendiente.

Y es que en esas tradicionales visitas sociales para felicitar el Año Nuevo, muchos eran los solteros que aprovechaban para ir a ver a aquellas muchachas por las que se sentían más atraídos e incluso para conocer nuevas mujeres y saber cuáles era las que aquel año ya estarían disponibles para ser cortejadas.

Según consta, la costumbre de hacer visitas sociales el día de Año Nuevo fue llevado hasta Norteamérica por los colonos neerlandeses (cuando Nueva York era llamada Nuevo Ámsterdam) y provenía de una antigua tradición que ya se realizaba en los Países Bajos.

Tras la llegada de los británicos al continente americano, estos siguieron con muchas de las costumbres llevadas allí por sus antecesores holandeses (entre esas tradiciones está la del personaje navideño de Sinterklaas y que ellos transformaron en Santa Claus) y a lo largo del siglo XIX siguió realizándose y para principios del XX aquellas visitas sociales de Año Nuevo se adelantaron un día y se reconvirtieron en las famosas fiesta de fin de año que han perdurado hasta nuestros días.

Fuente de la imagen: Captura YouTube

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