La última década del siglo XIX fue la elegida por las grandes potencias europeas para colonizar todo aquel terreno posible del continente africano. Tal y como estaban las leyes de por entonces, aquel país que llegaba e instalaba un campamento con todos los equipamientos básicos, se convertía automáticamente en propietario de aquel lugar.
En América ya no quedaba ni un solo palmo de tierra por colonizar y África se había convertido en el objetivo prioritario de la potencia Alemana, surgida tras la Guerra franco-prusiana. Pero el Reino Unido, que se encontraba en cabeza como nación colonizadora, no quería dejar pasar la oportunidad de hacerse con unas nuevas tierras antes de que los germanos se la apropiasen.
La costa oriental africana estaba colonizada y dividida por estas dos naciones y su expansión haría que aquel que consiguiese construir una vía de acceso rápida y cómoda hacia el interior del continente tendría todos los números para quedarse con el trozo más grande de esa exquisita tarta en la que se había convertido África.
En 1895, la empresa British East Africa Company diseñó una ruta ferroviaria que uniría Mombassa (a orillas del Océano Índico) hasta la ciudad de Kisumu, a orillas del Lago Victoria. Tendría un recorrido de mil kilómetros y sería bautizada como «Uganda Railway».
Un año después se iniciaron los trabajos de construcción, utilizándose como mano de obra barata a 32.000 obreros traídos directamente desde la colonia británica en la India.
Pero lo que se prometía ser una obra de gran envergadura y que daría unos grandes resultados, empezó siendo un fiasco debido a las elevadas temperaturas y múltiples enfermedades víricas que hacían caer enfermos e incluso fallecer a muchos de los hombres y niños contratados.
El sofocante calor provocó que en muchos tramos se fundiesen las traviesas o incluso los barrizales acabasen tragándose los raíles. De gran dificultad también fue el levantamiento del puente elevado que debía cruzar el río Tsavo, el cual se vino abajo en más de una ocasión durante su construcción.
Pero esto no fue lo peor que ocurrió durante el tiempo en el que los trabajadores se encontraron en la zona, ya que un gran número de estos fueron devorados por hambrientos leones que por allí habitaban.
Uno tras otro, los despropósitos se iban sumando a la larga lista de infortunios que ocurrían. La presencia de la mosca tse-tsé junto a la malaria fue otro duro golpe para perder otro puñado de hombres. En total, durante los cinco años que duró la construcción del Uganda Railway, 2.498 trabajadores fallecieron y otros 6.000 quedaron incapacitados de por vida.
Pero no todas las desgracias vinieron por parte de ataques de leones, insectos o enfermedades. A su paso por los terrenos que hoy en día se ha convertido en Nairobi (capital de Kenia) dos niñas de la tribu de los Masái (residentes en la zona) fueron violadas por algunos trabajadores, levantando la ira de medio millar de guerreros masáis y atacando al grupo de obreros, muriendo un importante número de estos.
Lo que respecta a la parte económica del proyecto también fue un desastre, ya que el presupuesto inicial también se disparó, teniendo un coste final de 5 millones de libras esterlinas (el doble del calculado y una fortuna para aquella época).
No fue hasta dos años después de la finalización de las obras (1903) en el que se puso en marcha el primer tren que recorrería esos mil kilómetros construidos a base de sangre y esfuerzo de unos trabajadores que no recibieron una adecuada compensación por ello.
El sobrenombre de ‘Lunatic Express’ para referirse a esta línea ferroviaria no aparecería hasta 1971, año en el que Charles Miller publicó un libro en el que relató todas las penurias y el cúmulo de despropósitos y desgracias acontecidas durante la construcción del Uganda Railway.
Fuente: The lunatic express: an entertainment in imperialism de Charles Miller