Homer y Langley Collyer, los hermanos que vivieron con 136 toneladas de basura en casa

Muchas son las personas que padecen algún tipo de trastorno que hace que, de la noche a la mañana, comiencen a guardar todo aquello que se van encontrando por la calle; esta patología es conocida como ‘Síndrome de Diógenes’.

Habitualmente este hecho está relacionado con personas de avanzada edad o indigentes, pero lo extraño es cuando esto ocurre a dos hombres jóvenes, con importantes profesiones y un alto nivel adquisitivo.

Homer y Langley Collyer vivieron las tres últimas décadas de su vida rodeados de basura y trastos inútiles que se mezclaban con lujosas alfombras orientales, carísimos muebles, valiosos pianos de cola y miles de periódicos y libros, entre otras cosas. Su caso le dio nombre a una nueva patología conocida como «Síndrome de Collyer».

Ambos habían estudiado en la prestigiosa Universidad de Columbia (Nueva York), Langley, el mayor, licenciándose en Ingeniería y Homer en Derecho marítimo. Dos carreras que no ejercieron profesionalmente gracias a la fortuna de su familia. El padre había sido un prestigioso ginecólogo y la madre cantante de ópera.

Tras la muerte de los progenitores algo cambió en la vida de los hermanos Collyer, quienes decidieron dejar de llevar una vida pública y decidieron encerrarse en uno de los pisos del edificio de cuatro plantas comprado por el padre en 1909.

El carácter se les cambió y pasaron a ser dos personas totalmente introvertidas, que apenas cruzaban palabra alguna con los vecinos de los edificios contiguos. Esto ocurrió en parte por culpa de la degradación del barrio, ya que tras la Primera Guerra Mundial y el posterior crack del año 29, Harlem (donde estaba ubicado el edificio) pasó de ser una zona de alto estanding a un conflictivo barrio de clase baja.

El intento de entrar a robar en la propiedad de los hermanos Collyer los llevó a atrincherarse dentro de la vivienda y construir una serie de laberintos y trampas que evitaría poder acceder a los ladrones.

Todo esto coincidió con unos problemas de salud de Homer, quien tras sufrir un derrame quedó ciego y tiempo después paralítico. Langley decidió hacerse cargo del cuidado de su hermano, estando pendiente de él durante el día y saliendo a por comida y los periódicos de la jornada durante la madrugada.

Esto le llevó a descubrir un mundo desconocido en el que pudo comprobar cómo la gente tiraba a la basura todo tipo de cosas a las que él podría dar algún tipo de utilidad, gracias a su habilidad para crear e inventar extraños artefactos.

Langley decidió no pagar más por los servicios de luz, agua y gas, que le fueron cortados tras un tiempo sin satisfacer los recibos y trasladó un viejo automóvil Ford T al sótano del edificio, con el que, poniéndolo en marcha, podía dar la suficiente luz a la estancia en la que hacían vida, gracias a la energía que generaba el motor del coche y que llevaba a través de un cable hasta el piso.

La extraña forma de vida de los hermanos llegó a oídos de la prensa más sensacionalista, quienes desde dos periódicos comenzaron a especular todo tipo de hipótesis respecto a lo que guardaban los Collyer dentro de su vivienda. Muchos eran los curiosos que se acercaban hasta el número 2078 de la Quinta Avenida para contemplar de cerca el cada vez más decrépito edificio, que había dejado de tener cristales en las ventanas y ser tapiadas con tablas de madera, pero otros tantos fueron los que intentaron acceder a la vivienda con el fin de robar todo lo que pudiesen, pero los laberintos de cajas y periódicos que allí había diseñado Langley hacía imposible el acceder por ningún sitio, a no ser que se conociese perfectamente por dónde entrar.

También fabricó una serie de trampas caseras que si se accionaban hacían caer kilos de objetos sobre el intruso.

Pero algo ocurrió el 21 de marzo de 1947 en el que la policía del distrito de Harlem recibió un aviso anónimo sobre el hedor que salía de la vivienda en la que residían los hermanos Collyer. Seis largas horas tardaron para poder acceder al interior, ya que tuvieron que hacerlo a través de un agujero que los bomberos abrieron en la azotea del edificio.

Una vez dentro y tras ser testigos de un desolador panorama de basuras, periódicos, trastos viejos y ratas correteando, los agentes de la autoridad hallaron el cadáver de Homer. Se encontraba sentado en su butaca y la posterior autopsia desveló que la muerte se había producido por inanición (falta de ingerir alimentos y agua).

Todo hacía suponer que la llamada anónima la habría efectuado el propio Langley antes de marcharse de aquel lugar, ya que no había ni rastro de él por ninguna parte.

La autoridad sanitaria de la ciudad de Nueva York ordenó que se desalojase la casa, de todo lo que contenía en su interior, para su posterior derrumbe, ante el peligro de insalubridad que podría ocasionar para los vecinos.

Tras 18 días de trabajos vaciando la vivienda, el 8 de abril se encontró el cuerpo sin vida y en un avanzado estado de descomposición de Langley, quien se encontraba a pocos metros de la estancia donde se halló al hermano y que falleció a causa del derrumbe sobre él de una gran pila de periódicos y cajas, posiblemente tras accionar sin querer una de las trampas por él confeccionadas.

Varias fueron las semanas que se necesitaron para vaciar por completo el edificio, en el que se encontró un total de 136 toneladas en objetos de lo más diversos: 14 pianos de cola (algunos de un altísimo valor), más de 25.000 libros, cerca de 200.000 periódicos, alfombras orientales, bolsas repletas de basura, material quirúrgico y una máquina de rayos X (que posiblemente pertenecieron al padre) y lo más asombroso del hallazgo no fue un pequeño arsenal de diversas armas de todo tipo que allí había (desde revólveres a granadas, escopetas, metralletas, etc..), sino que fue un gran número de envases de cristal que contenían órganos humanos conservados en formol, cuya procedencia se desconocía.

Fuentes de consulta: charlesbeyer / nypress / nytimes