El secuestro de un niño en 1874 que dio origen a la advertencia ‘No aceptes caramelos de un extraño’

Todos hemos escuchado alguna vez la advertencia que se les
hace a los más pequeños que dice ‘No
aceptes caramelos de un extraño’
. Evidentemente cualquiera de nosotros
podríamos deducir que dicho aviso se realiza para advertir a los niños y niñas del peligro que supone aceptar algún tipo
de golosinas de personas a las que desconocen
, ya que éstas pueden esconder
la identidad de algún depredador sexual,
secuestrador o asesino
(cuando no las tres cosas juntas).

Pero este tipo de avisos no surgió de la nada y tras su
origen, que se remonta a casi un siglo y medio atrás, se encuentra la
angustiosa historia del rapto de un
pequeño niño en Filadelfia
y que al mismo tiempo se convirtió en el primer secuestro con petición de rescate
que se registró en los Estados Unidos
.

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La historia tuvo
lugar el 1 de julio de 1874, un caluroso día de verano en el que los hermanos Walter y Charley Ross (de 8 y 4 años de
edad respectivamente) se encontraban jugando en el patio delantero de su casa,
cuando un coche de caballos con dos hombres paró frente a la vivienda y
ofrecieron a los pequeños unas golosinas para que los acompañaran a comprar
unos petardos y fuegos artificiales.

Como es de imaginar, los niños no se lo pensaron dos veces y
subieron al carro. A mitad de trayecto Charley, el más pequeño se puso a llorar
porque quería volver a casa con sus padres y esto puso nervioso a su hermano,
que también insistió en regresar. A uno de los raptores se le ocurrió darle a
Walter (el mayor) una moneda de 25 centavos y tras parar frente a un comercio
de la localidad le indicó que bajara a comprar los petardos. Tal y como el niño
entró en la tienda el carruaje partió velozmente.

Walter estaba aturdido y no sabía que hacer (lógico para un
niño de tan corta edad). Explicó, como pudo, lo sucedido al tendero y éste
localizó a sus padres, quienes avisaron a la policía de la desaparición de su
hijo (algunas fuentes indican que no lo hicieron hasta después de que
contactaran los secuestradores con ellos, pero la mayoría de crónicas de la
época indican que sí lo hicieron).

El contacto de los secuestradores se realizó mediante una
carta enviada a través del servicio postal y en la que se solicitaba un rescate
de veinte mil dólares, toda una inmensa fortuna para aquellos tiempo (hoy en
día sería varios millones). Pero Christian Ross no era un hombre rico, todo lo contrario,
desde hacía un año estaba arruinado tras la crisis económica de 1873 en la que
la bolsa cayó en picado y perdió todas sus inversiones y negocios. Vivía en una
gran casa que había mandado construir cuando económicamente le iban bien las
cosas, pero en aquel momento estaba en bancarrota.

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La noticia del secuestro del
pequeño Charley Ross llegó a la
prensa local la cual se hizo eco y posteriormente otros periódicos del Estado
de Pensilvania siguieron de cerca el asunto, convirtiéndose en una de las
noticias mediáticas más importante de aquellos años.

Advertencias hacia los más
pequeños indicando que no debían aceptar dulces de personas desconocidas
comenzaron a publicarse en los diarios y a ser repetida por los padres a sus
hijos, algo que con el transcurrir de los años todavía sigue utilizándose,
debido a que actualmente ese es un modus operandi muy utilizado por los
delincuentes.

Las semanas iban pasando y a
pesar de que finalmente se consiguió reunir el dinero del rescate solicitado a
través de las cartas que fueron llegando al hogar de la familia Ross, los
raptores no se presentaron en el punto de recogida acordado y nada más se supo
de éstos ni del pequeño. Todo ello a pesar de que la agencia de detectives Pinkerton, la más importante de los Estados
Unidos, se había puesto al frente de la investigación, con un gran número de
sus agentes investigando y llenando el Estado de Pensilvania de carteles con la
imagen del pequeño Charley.

No fue hasta diciembre de aquel mismo año (1874) cuando se
pudo tener una pequeñísima pista y fue a raíz de un robo que se produjo en una vivienda
de Brooklyn (Nueva York), en la que la policía interceptó a los dos ladrones y abatiéndolos
a tiros. Se trataba de Bill Mosher y Joe Douglas, dos delincuentes con una larga
trayectoria de fechorías y que habían estado en prisión un buen número de
ocasiones.

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Bill Mosher falleció al instante pero Joe Douglas quedó gravemente herido durante unas horas,
tiempo suficiente para indicar (antes de fallecer por las heridas de bala) que
ellos habían sido los secuestradores del pequeño Charley Ross. Lo que no dijo
en ningún momento es si el niño se encontraba vivo o muerto.

Llevaron al pequeño Walter
Ross hasta la morgue de Nueva York para que identificara a los raptores de su hermano
y efectivamente se trataba de los dos tipos que los subieron en el carruaje y
posteriormente se dieron a la fuga con Charley.

La policía investigó y
registró las viviendas de Bill Mosher
y Joe Douglas y no encontraron rastro alguno del niño, incluso se daba
la paradoja de que ambos delincuentes habían estado encerrados en prisión
durante unas cuantas semanas recientemente lo que habría una nueva incógnita
¿dónde estaba Charley? ¿lo asesinaron y se deshicieron de su cuerpo? ¿lo
vendieron a alguna familia sin hijos?…

Se mantuvo la búsqueda
activa a lo largo de un año más, pero recién iniciado 1876 la policía dieron
por cerrado el caso y la prensa dejó de interesarse por el tema. Esto llevó a
que Christian Ross escribiera un libro que tituló ‘La historia del padre de Charley Ross, el
niño secuestrado’
y con lo recaudado en la venta del mismo poder costear
las investigaciones de los detectives de la agencia Pinkerton. Nunca más se
supo del pequeño y muchas fueron las conjeturas sobre su paradero.

Puedes leer o descargar totalmente
gratis un ejemplar del libro original en inglés que se encuentra digitalizado
en la biblioteca libre: https://archive.org/stream/fathersstoryofch00rossrich#page/n9/mode/2up

Fuentes de consulta e imágenes: Archive.org / charleyross.wordpress.com / ushistory / smithsonianmag / pabook2 / historicmysteries / reddit / Wikimedia
commons