El sacerdote que a través de la radio se convirtió en un peligroso e influyente líder populista

A partir de la segunda mitad de la década de 1920 la radio
se convirtió en el medio de comunicación más potente e influyente. Hasta
entonces toda la información y mensajes de carácter político y social llegaba a
las grandes masas de población a través de la prensa escrita, pero la inmediatez
de la radio hizo que ésta tomara todo el protagonismo y se convirtiera en el medio
preferido de los ciudadanos.

Hoy en día muy pocos son los locutores que pueden presumir
de tener ‘audiencias millonarias’ pero en aquella época hubo quien alcanzó
cuotas que superaban los treinta millones de oyentes.

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Uno de ellos fue Charles
E. Coughlin
, un sacerdote católico canadiense que ejerció a partir de 1923
en una parroquia de un barrio obrero de Detroit y que tres años después vio la
oportunidad de transmitir su mensaje evangelizador desde una pequeña emisora
local.

A través de su programa radiofónico enviaba mensajes sociales
a la población obrera, que era en aquel momento la más castigada por la cada
vez más evidente crisis económica (que acabó convirtiéndose en la conocida como
‘Gran Depresión’
a partir del crac bursátil de 1929).

El padre Coughlin no tardó en alcanzar notoriedad y cada vez
eran más las emisoras que conectaban en cadena para retransmitir sus programas (firmó
un importante contrato con la CBS).

Sus mensajes poco a poco dejaron de tener un carácter
religioso centrándose principalmente en tocar temas relacionados con la crisis,
la economía, política, denuncia social y contra las grandes fortunas, algo que
provocó que los directivos de la CBS lo
amenazaran con cancelar el contrato
si no cambiaba el tipo de mensajes que
transmitía.  

Coughlin prefirió romper el contrato y crear su propia emisora
de radio, desde donde podía difundir todos los mensajes que le daba la gana y
alcanzando un meteórico éxito de audiencia que día a día llegaba a más rincones
del país.

Era tal su poder mediático a través de las ondas que incluso
fue determinante durante la campaña electoral de 1932 para la reelección del
Presidente Franklin Delano Roosevelt.

Charles E. Coughlin veía en la política intervencionista de
Roosevelt la mejor solución para acabar con la crisis económica y, sobre todo,
para poner fin a la avaricia de los grandes banqueros y empresarios.

Pero según iba pasando el tiempo Coughlin se fue
decepcionando con la política del presidente y comenzó a convertirse en un
feroz crítico.

A partir de 1934, desde su atalaya radiofónica, los mensajes
del sacerdote eran cada vez más radicales, culpando de todos los males que
ocurrían en Estados Unidos, y en el planeta en general, al comunismo soviético
(que cada vez ganaba más simpatizantes entre las clases obreras
estadounidenses) y, sobre todo, al judaísmo.

Culpaba a los judíos de estar detrás de los graves problemas
económicos que tanto dañaban al país y señalaba con nombres y apellidos a todos
aquellos semitas que se encontraban dirigiendo algún banco o importante
empresa. Poco a poco fue haciéndose eco de la mayoría de los mensajes
antisemitas que el Führer pronunciaba desde
Alemania.

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Durante varios años Coughlin se convirtió en incómodo y
peligroso líder populista que congregaba a millones de oyentes a través de las
ondas.

Pero sabía que a través de la radio no podía llegar a todos
los rincones del país, debido a que se iban sumando emisoras locales que
decidían no prestar su dial para retransmitir sus programas, por lo que
decidió, en 1938, crear su propio periódico (el ‘Social Justice’) que era distribuido por todos los Estados Unidos
a través del servicio postal de correos (además de la venta callejera)

Coincidió que en aquellos momentos también se había abierto
una importante brecha entre él y el arzobispado estadounidense, desde donde le
pedían que dejase de hablar de política y se centrase en su labor
evangelizadora, pero Charles E. Coughlin hacía oídos sordos pues su popularidad
lo cegaba.

Recibía cientos de miles de cartas semanalmente (se calculan
que alrededor de 10.000 cartas diarias, muchas más que el propio presidente Roosevelt)
y, según las encuestas, el 25% de los estadounidenses estaba de acuerdo con sus
argumentos.

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Era tan descarado su apoyo a la ideología fascista de Italia
y al nazismo del Tercer Reich que al igual
que había ganado millones de oyentes y seguidores los estaba perdiendo y además
gran cantidad de detractores que pedían a la Iglesia Católica su inhabilitación
como religioso.

Tras estallar la IIGM criticó al presidente Roosevelt que no
entrase en la guerra y lo hiciera del lado de Alemania, con el fin de acabar
con el comunismo soviético y el judaísmo. Pero tras el ataque japonés a Pearl
Harbor se quedó sin argumentos razonables para defender al nazismo (aunque
continuó haciéndolo) y todos los que un día lo idolatraron como líder
comenzaron a odiarlo.

Un cambio en el arzobispado estadounidense propició para que
el nuevo prelado pudiera tomar cartas en el asunto y lo amenazase con
expulsarlo de la Iglesia. Dejó el programa de radio y se retiró a ejercer el
sacerdocio en una parroquia de la pequeña población de Royal Oak (Estado de
Michigan) donde intentó vivir lo más anónimamente posible hasta la fecha de su
fallecimiento, en 1979, a la edad 88 años.

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