Cuando un ama de casa entregó pastillas de arsénico entre los caramelos de Halloween

La fiesta de Halloween se originó como una conmemoración a los fallecidos, mezclando lo siniestro con supersticiones ancestrales y transformándose en las últimas décadas en una festividad totalmente lúdica para todas las edades, aunque son los más pequeños quienes más disfrutan y participan, disfrazándose y realizado una divertida actividad que es conocida como ‘truco o trato’ (trick-or-treat) y que consiste en ir pasando por todas las casas del vecindario en busca de algunas golosinas.

El vecino que recibe la visita de los pequeños debe entregarles algunos caramelos tras el grito de ¡Truco o trato! de los niños. De no ser así se expone a que éstos le gasten una broma o le hagan alguna trastada.

Pero no todos los vecinos están dispuestos a ser molestados en sus casas, echando a los pequeños de malas maneras e incluso se han dado casos en los que alguien ha intentado dañar o envenenarlos.

Esto último es lo que ocurrió en Halloween de 1964, cuando un ama de casa de Long Island (Nueva York) entregó un buen puñado de pastillas de arsénico entre los caramelos que repartió aquella noche entre algunos pequeños que llamaron a su puerta.

Se trataba de Helen Pfeil, madre de familia de 47 años, casada y muy popular en su barrio por ser cordial con todo el vecindario. Vivía junto a su esposo e hijos en el número 43 de Salem Ridge Drive (Long Island) y aquella jornada de Halloween quiso gastar una ‘broma’ a los adolescentes que llamasen a su puerta con el ‘truco o trato’.

La señora Pfeil creía que aquel juego era algo explícito para los más pequeños y no tenía reparo alguno de obsequiar con cuantiosas golosinas a todos los niños y niñas que llamaban a su puerta, pero le molestaba que los adolescentes siguiesen realizándolo, por lo que aquel día decidió que en lugar de darles caramelos a éstos les colocaría cosas inservibles y absurdas en sus bolsas.

Helen Pfeil recogió varias cosas que tenía en el armario bajo el fregadero de su cocina, con intención de dejarlas dentro de las bolsas de los adolescentes que fuesen reclamando su truco o trato y entre las que se encontraban cosas como ‘galletas para perros’, ‘estropajos de cocina’ y ‘pastillas mata hormigas’.

Esta inconsciente broma del ama de casa hubiese podido acabar en una tragedia, ya que las pastillas de insecticida (conocidas comúnmente como ‘ant buttons’) tenían un alto contenido de arsénico, por lo que eran altamente tóxica y podrían haber provocado incluso la muerte, de haber sido ingeridas por accidente.

Afortunadamente ninguno de los adolescentes a los que dio esas pastillas con arsénico las probó.

Las hermanas Elsie e Irene Drucker (de 13 y 15 años de edad, respectivamente) fueron quienes encontraron entre su alijo de golosinas una especie de botones en los que, con letra pequeña, advertía que se trataba de veneno y que debía mantenerse alejado de los niños. Alertaron de ello a su padre y éste lo puso en conocimiento de la policía, corriéndose rápidamente la voz y pidiendo que todos los participantes en el Halloween de aquella noche que habían estado recorriendo aquel vecindario de Long Island revisaran bien sus bolsas en busca de posibles más pastillas y, sobre todo, se advirtió que no comieran nada de lo recogido.

En pocas horas se encontraron hasta 19 pastillas de arsénico que habían sido repartidas (además de las mencionadas galletas para perros o los estropajos) y siguiendo el recorrido efectuado por todos aquellos que habían encontrado esas cosas en sus bolsas pudieron llegar hasta la vivienda de Helen Pfeil. Tras el registro domiciliario encontraron en su cocina varias cajas del veneno, siendo detenida y puesta a disposición judicial.

En su declaración ante el juez (realizada el 2 de noviembre) la señora Pfeil indicó que se trataba de una simple broma y que no sabía de la gravedad de haber repartido aquellas pastillas a los adolescentes. No era consciente de la alta toxicidad de las mismas y estaba convencida que al ser ya mayores, tal y como las viesen las tirarían a la basura.

El juez, a la espera de celebrarse el juicio, ordenó que la señora Helen Pfeil fuese internada durante dos meses en un hospital psiquiátrico, con el fin de ser examinada y evaluada por profesionales sobre su salud mental.

El esposo, que desconocía lo que había hecho su mujer, declaró a favor de ella, indicando que esta era una persona amable con todo el mundo y que estaba seguro que no tuvo mala intención con su desafortunada acción, la cual había sido ‘irreflexiva’ pero no ‘malintencionada’.

Curiosamente, aquella misma noche de Halloween, mientras ella repartía aquellas pastillas de arsénico, sus hijos adolescentes (de 14 y 16 años) habían estado recorriendo el vecindario, junto a su padre, en busca de golosinas. Todo un contra sentido.

Cuando se celebró el juicio, tras haberse presentado centenares de declaraciones por parte del vecindario a favor de la señora Pfeil, el tribunal acabó dejándola en libertad sin cargos.

Fuentes de consulta e imagen: nypost/ nytimes/ mentalfloss/ pxhere

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