Cuando las mujeres de la Antigua Roma se manifestaron y lograron tumbar una importante ley

Existe una antiquísima expresión que indica que ‘aquel animal que ha probado la sangre una vez se vuelve salvaje para toda la vida’. Y es que esta es una creencia que hace ya miles de años se tenía como buena y muchos fueron los personajes históricos que en algún momento ilustraron algunos de sus argumentos con ella.

Entre ellos se encuentra Marco Porcio Catón, famoso cónsul romano del siglo II a.C. y que pasaría a la Historia con el sobrenombre de Catón el Viejo, quien utilizó la expresión a modo de símil para defender la Lex Oppia (Ley Opia) durante los debates que tuvieron lugar en Roma en el año 195 a.C. cuando un grupo de presión ciudadana se disponían a derogarla.

Cantón se oponía firmemente a la revocación de la mencionada ley, la cual se había promulgado dos décadas antes.

La Lex Oppia era una de las muchas leyes restrictivas que se aprobaron en el 215 a.C., tras la derrota romana en la batalla de Cannas, durante la invasión cartaginesa en el transcurso de la Segunda Guerra Púnica y en la que el general Aníbal Barca consiguió una de sus grandes victorias. El desastre bélico se tomó como una ‘tragedia nacional’ y las arcas de la República Romana se vieron gravemente afectadas, motivo por el que el tribuno de la plebe Cayo Opio elaboró la ley que llevaría su nombre y por la cual restringía a las mujeres llevar vestidos coloridos, el uso de carretas de dos o más caballos por la ciudad (a excepción de cuando fuese para asistir a algún cortejo fúnebre) y se les limitaba el lucir joyas que superasen la media onza de oro.

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Eran tiempos de contención y quería evitarse cualquier demostración pública de riqueza. Muchas eran las mujeres que poseían grandes fortunas gracias a los botines de guerra que sus esposos, padres o hijos habían conseguido en infinidad de batallas en las que los romanos habían demostrado su supremacía. Pero el desastre que provocó la batalla de Cannas había desmoralizado a gran parte de la población y dejado sin bienes a muchos ciudadanos, motivo por el cual se prohibió hacer alarde público de riqueza, siendo las mujeres (según la creencia de los romanos) quienes más presumían de sus posesiones y estatus económico.

Cuando dos décadas después la situación cambió y el esplendor de la República Romana volvió a ser el de antaño, las mujeres (que durante todo ese tiempo habían estado sometidas a la Ley Opia) quisieron hacerse oír con el fin de recuperar sus antiguos privilegios.

En el año 195 a.C. una serie de manifestaciones públicas, en las que cada vez asistían más mujeres, se produjeron delante de los estamentos públicos (algunas fuentes indican que esas protestas podrían calificarse como los primeros escraches de la Historia).

Muchos fueron los representantes romanos que entendieron dicha reclamación y abrieron el debate para poder derogar la Lex Oppia (entre ellos el cónsul Lucio Valerio Flaco, quien defendía la abolición de la misma).

Lucio Valerio Flaco se encontró con la firme oposición del ya mencionado Marco Porcio Catón, de pensamiento conservador y que estaba totalmente en desacuerdo con la desaparición de las normas restrictivas hacía las mujeres. Fue entonces cuando utilizó el símil mencionado al inicio de este post en el que comparaba (de manera grosera y desafortunada) a los animales salvajes con las mujeres y argumentó que permitiéndoles hacer ostentación de sus joyas y riquezas lo que provocarían es que se perdiera cualquier decoro hacía aquellas otras mujeres que no tenían la suerte de poseer riqueza alguna.

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Pero frente a los argumentos de Catón se encontraban las cada vez más numerosas manifestaciones femeninas que fueron sumando adeptos a la causa que defendieron la derogación de la ley que finalmente se consiguió.

Para celebrar ese triunfo sin precedentes, las mujeres romanas desfilaron por las calles de la capital montadas en fastuosos carros, vistiendo coloridos vestidos y luciendo sus más preciadas, lujosas y ostentosas joyas. Por fin se había puesto fin a una restrictiva ley que, durante veinte largos años, no les había permitido disfrutar de sus posesiones y, sobre todo, exhibirlas públicamente.

Fuentes de consulta: teoriadelpoderenah (pdf) / revistadehistoria / historiasdelahistoria