Cuando Carl Akeley mató un leopardo con sus propias manos

image

Carl Akeley pasó
a la Historia por ser uno de los taxidermistas
más famosos y que más aportaron al arte de disecar animales con el fin de
conservarlos con la misma apariencia de todavía estaban vivos.

Además de la taxidermia dedicó gran parte de su vida a
realizar innumerables expediciones científicas y de aventura donde reunió gran
cantidad de material que posteriormente fue cedido a importantes museos de Historia natural, tanto de animales disecados
como fotográfico y cinematográfico (Akeley perfeccionó el sistema para rodar
con cámaras en plena naturaleza).

[Te puede interesar
leer:
La última gran expedición de Percy
H. Fawcett
]

image

Entre finales del siglo XIX y principios del XX realizó una
serie de viajes a África con la
intención de investigar y aprender más sobre los animales autóctonos que ese
continente
, así como para cazar piezas únicas y que nunca habían sido
vistas en América con el fin de disecarlas y exponerlas al gran público.
Debemos tener en cuenta que hace un siglo no existía todos los avances que en
la actualidad tenemos y que la mayoría de personas desconocían infinidad de
cosas que tan sólo podían ver a través de publicaciones en prensa, visitando
museos o en los primitivos documentales que se rodaban en la época del cine
mudo.

Su ingenio lo llevó a construir animales falsos (de cartón
piedra y otros elementos) para meterse dentro y avanzar disimuladamente hacia
otros animales, tal y como se puede observar en la imagen bajo estas líneas en
las que se metió dentro de un falso avestruz.

image

Pero dentro de las muchísimas aventuras que Carl Akeley pudo vivir hay
una que recordó durante el resto de su vida y de la que escribió una crónica
relatando lo sucedido en The Times: cuando mató con sus propias manos un
leopardo.

Tuvo lugar en Somalia durante la expedición que realizó en
1896 junto a otros investigadores del Brtitish
Museum
(que era la entidad que financiaba el viaje).

Encontrándose en la meseta de Ogadén (parte de la región
somalí de Etiopía) una mañana salió a cazar ejemplares de varios animales.
Estaba interesado en las hienas, el jabalí y un avestruz. El último se le
escapaba continuamente (motivo por el que posteriormente ideó camuflarse, tal y
como he explicado unos párrafos más arriba).

Esa mañana había logrado disparar a los otros dos animales
desde una distancia considerable, pero cuando se acercó hacia el lugar donde
deberían estar los cuerpos de ambos (hiena y jabalí) allí no había nada y tan
solo un rastro de sangre que se adentraba hacia la selva.

[Te puede interesar
leer:
La heroína que navegó por las
Cataratas del Niágara metida en un barril
]

Se acercó hacia unos matorrales donde escuchó un ruido y
pudo comprobar que allí se encontraba un precioso ejemplar de un leopardo.

El primer instinto de Carl Akeley fue el disparar, pero
rápidamente recordó todo lo que había leído sobre este felino y recordó que no
se trataba de un animal que tras un disparo se asustase o huyese, sino que
atacaba aunque estuviese herido. Así que decidió dar unos pasos hacia atrás y
marcharse sigilosamente para volver al día
siguiente con el resto del equipo y poder darle caza.

Pero el leopardo pudo ver a Akeley y aunque éste ya se iba
en retirada el felino fue hacia él con intención de atacarlo. No le quedó más
escapatoria que apuntar con el rifle y disparar al animal cuando vio que
irremediablemente se le abalanzaba.

De los tres tiros que disparó dos fueron al aire y el
tercero impactó en el leopardo que quedó inmóvil tras recibir el impacto que le
hirió. Ya no le quedaban más balas en el fusil, estaba confuso porque no sabía
si lo había matado o simplemente se encontraba herido. De repente el animal se
reincorporó y se dirigió rápidamente hacia Akeley. No se lo pensó dos veces y
en lugar de echar a correr (para lo que apenas le quedaba tiempo y que además
hubiese sido atrapado de inmediato) se encaró al animal y decidió luchar contra
él con sus propias manos.

El leopardo saltó con la boca abierta con la intención de
pegarle un bocado en el cuello del expedicionario pero éste estuvo rápido de
reflejos y lo paró con la parte superior de su brazo derecho, lanzándose sobre
el felino y con la intención de defenderse con su mano izquierda.

Tras una lucha frenética en el que el animal se defendía dando
zarpazos y mordiendo fuertemente, Akeley decidió introducir todo su brazo
dentro de la garganta del leopardo y con la mano que le quedaba libre presionar
con todas sus fuerzas sobre el cuello. Así fue cómo consiguió asfixiarlo y
salir victorioso de una situación en la que tenía todas las de perder.

image

Este incidente que lo dejó malherido y con varias costillas
rotas no sirvió para que cogiera miedo a este tipo de expediciones, siendo
muchos los viajes posteriores que realizó y a través de los cuales pudo
conseguir la valiosísima colección que hoy en día podemos ver en infinidad de
museos.

[Te
puede interesar leer: 
La accidentada expedición australiana a la
Antártida
]