Hoy en día existen un buen puñado de leyes que protegen la identidad de los ciudadanos a los que les ha tocado algún premio y quieren permanecer en el más absoluto de los anonimatos, pero hace varias décadas era muy sencillo tener todo tipo de información de los afortunados ganadores.
Esto es lo que ocurrió el año 1960 en Sídney (Australia) a Bazil Thorne un sencillo trabajador que se dedicaba a la venta ambulante y que de la noche al día vio como su vida daba un giro de 180 grados.
Con el fin de recaudar fondos para la construcción del Teatro de la Ópera de Sídney, el gobierno había organizado una serie de sorteos de la lotería cuyos agraciados podían embolsarse la nada despreciable cifra de cien mil libras esterlinas (una fortuna por aquel entonces).
Era algo novedoso para los ciudadanos australianos que no estaban acostumbrados a este tipo de sorteos, por lo que, cada vez que se realizaba uno, la prensa se volcaba en informar sobre todos los detalles de los afortunados ganadores, incluyendo sus direcciones.
El miércoles 1 de junio de 1960 el número ganador fue el 3932 y al día siguiente todos los medios de comunicación sacaban el rostro del feliz señor Bazil Thorne, quien mostraba orgulloso su boleto y anunciaba las muchas cosas que iba a realizar con la pequeña fortuna que acababa de ganar.
Pero la alegría de la familia duró poco más de un mes. El 7 de julio, mientras se dirigía a la escuela, Graeme el hijo de ocho años de edad del matrimonio Thorne desapareció sin dejar ni una sola pista.
Pocas horas después recibieron en el domicilio una llamada que anunciaba el secuestro del pequeño y solicitaba un rescate de 25.000 libras.
Aquel hecho pasó a ser el primer secuestro con petición de rescate de la historia de Australia, un país con una tasa mínima de delincuencia y que hasta entonces nunca había vivido una situación similar.
La falta de experiencia en estos temas por parte de la policía hizo que se cometieran una serie de errores, entre ellos el convocar una rueda de prensa en la que se informó desde el primer momento de todo lo relacionado al secuestro y las investigaciones, lo que llevó a un fatal desenlace, apareciendo el cuerpo sin vida del niño cinco semanas después.
A pesar de lo mal que se habían llevado las primeras investigaciones, las pesquisas realizadas a raíz de unos rastros encontrados junto al cadáver hicieron que la investigación para capturar al asesino pasase a los anales de la historia de la investigación pericial del país y se convirtiese en un importante ejemplo de manual de investigación forense.
El cuerpo apareció envuelto en una alfombra y la autopsia reveló que el motivo de la muerte había sido por asfixia pero también había recibido un fuerte golpe en la cabeza y se determinó que el asesinato se cometió dentro de las siguientes 24 horas de la desaparición.
En la alfombra se encontraron una serie de pistas que, a priori, no parecían importantes, pero que fueron determinantes para dar caza al asesino. Hasta aquel momento, la única pista con la que había contado la policía era que se trataba de un hombre extranjero, posiblemente europeo, determinado por el acento de la llamada efectuada para pedir el rescate.
Dos tipos de plantas específicas, pelos de un de perro pequinés o restos de cemento rosa con el que se cubría la fachada de algunas casas fueron determinantes para ir hasta el lugar exacto donde vivía el secuestrador, pero este ya se había marchado del lugar.
Los vecinos confirmaron que tenía un pequinés (que había sido abandonado en un centro veterinario) y que el vehículo de su propiedad era el mismo que algunos testigos habían visto merodeando alrededor de la casa de los Thorne durante los días previos a la desaparición del pequeño Graeme.
Las exhaustivas investigaciones llevaron a la policía hasta la pista definitiva para saber la identidad del sospechoso, un ciudadano húngaro llamado Leslie Stephen Bradley que había huido de Australia a bordo de un barco en dirección a Inglaterra.
La rápida intervención gubernamental propició que la nave en la que viajaba hiciera escala en el puerto de Colombo (Sri Lanka) donde fue apresado y extraditado hacia tierras australianas, siendo juzgado y condenado a cadena perpetua. Una pena que estrenó en el nuevo código penal aprobado en el país a raíz del secuestro y asesinato del pequeño Graeme Thorne.