La forma romana de mandar al olvido a sus malos políticos y que de poco les sirvió

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No hay nada que le guste más a una persona que alcanza el
poder que el reconocimiento público y que su obra y figura queden para la
posteridad
. Ese es el motivo por el que, ya desde la antigüedad, muchos fueron
los reyes, emperadores, dictadores, políticos o cualquier tipo de  servidores públicos con cierta relevancia, que
se dedicaron a levantar monumentos que los representaban, acuñar monedas en las
que aparecía sus rostros, inaugurar edificios o calles a los que se les ponía sus
nombres…

Todos han querido, de cierto modo, ‘quedar para la posteridad’
y aunque muchas de esas obras erigidas han llegado hasta nuestros días (ya sea físicamente
o a través de las crónicas de los historiadores), muchos fueron a los que se les trató de borrar de la Historia y
se intentó que no quedase legado alguno sobre ellos.

Y es que son varias
las culturas y periodos en los que se tuvo muy en cuenta, una vez fallecido el
personaje en cuestión, el cómo había sido su gestión. Si se había comportado
como un tirano con el pueblo
, si había sido un buen legislador o incluso si
estaba implicado en algún caso de corrupción.

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Muchos son los casos en la Historia reciente de dictadores (por
ejemplo Franco,
Hitler, Stalin,
Mussolini, Saddam Hussein
…) de los que,
una vez fallecidos y acabados sus regímenes totalitarios, sus estatuas, placas conmemorativas, calles, avenidas o todo lo que recordase a éstos se han
retirado, prohibiéndose incluso en algunos países el uso o exhibición de sus
imágenes y/o cualquier cosa que les represente.

Pero si viajamos hacia atrás en el tiempo y nos situamos en la
Antigua Roma nos encontraremos con
que ya se realizaba algo muy parecido y a lo que se le denominó como ‘Damnatio Memoriae’, que traducido
literalmente significa ‘Condena de la
memoria’
, una práctica por la cual, si se determinaba que un fallecido (que
había ocupado un lugar relevante dentro del imperio) no había sido merecedor de
ser recordado y pasar a la posteridad (por ejemplo porque desde el senado se le declaraba ‘enemigo del Estado’), todo lo
concerniente a su persona se debía hacer desaparecer.

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Se destruían monumentos o efigies, se borraba la imagen de cuadros y monedas (limándolas) o incluso se hacían fundir, desaparecían de los escritos o crónicas…

Y es que fueron un buen puñado los romanos a los que se les
castigo de ese modo, entre ellos famosísimos emperadores como Calígula, Nerón, Domiciano, Heliogábalo, Maximiano
o Constantino II
, a quienes con posterioridad al fallecimiento y tras
reunirse el senado se decidió que no merecían el honor de figurar en la
Historia de la gloriosa Roma.

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Se mandó destruir gran parte del legado y se ordenó
a los cronistas de la época no escribir nada sobre estos personajes e incluso quemar
todo aquello que ya habían escrito.

Afortunadamente y en vista del nivel de conocimiento que hoy
en día tenemos sobre la mayoría esas relevantes figuras, a las que se les había
condenado a desaparecer de la Historia, de poco o nada sirvió, en la mayoría de
los casos, aplicar el Damnatio Memoriae.

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Evidentemente, hay una gran parte del legado que no ha llegado
hasta nosotros y que fue destruido, pudiendo encontrar columnas de piedras en las
que hay inscritas un buen número de nombre de emperadores y observarse como
alguno está emborronado.

Gracias a no obedecer el mandato del senado por el cual
había que borrar el rastro de todos aquellos enemigos del Estado hoy en día
hemos podido tener un rico conocimiento histórico sobre cómo fueron los líderes
de la Antigua Roma, quiénes se portaron de una manera despótica y cuáles fueron sus actos de tiranía
o barbarie.

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