Sin lugar a dudas el verano de 1926 podría calificarse como
uno de los más intensos, importantes, fructíferos y surrealistas en la vida de Ernest Hemingway.
Por aquella época el escritor se había trasladado a vivir a
París junto a su esposa Hadley
Richardson (con quien se había casado cinco años antes) y su pequeño hijo
Jack (cariñosamente apodado ‘Bumby’)
y se encontraba en uno de sus momentos de mayor creatividad literaria.
El hecho de residir en una de las capitales más importantes,
no solo de Europa sino del mundo, y relacionarse con los personajes más
importantes e influyentes de la intelectualidad de la época, servían para que Hemingway
explotara al máximo su creatividad.
Aquel mismo año también se había enamorado perdidamente de Pauline Pfeiffer, una periodista
estadounidense de 31 años de edad (cuatro más que Hemingway) que llegó a la
capital francesa aquella primavera para hacerse cargo de la revista Vogue y de
la que había quedado fascinado. En julio
viajaron los tres a Pamplona, donde Ernest, Hadley y Pauline disfrutaron de los
sanfermines.
Junto a su esposa e hijo, la niñera de éste y su amante Pauline,
Ernest Hemingway vivió el verano más extraño de su vida al tener que convivir,
durante varias semanas, todos juntos encerrados en una misma casa (de tan solo
dos habitaciones) mientras estaban pasando una cuarentena de aislamiento a causa de la tosferina que contrajo el
pequeño Bumby.
Cuando el pequeño cayó enfermo éste se encontraba junto a su
madre pasando unos días de veraneo en la Riviera francesa, mientras el escritor
seguía en España, tomando los últimos apuntes para la que sería su próxima novela
(Fiesta).
Hemingway recibió un mensaje de su esposa la cual le
comunicaba que el pequeño había contraído la tosferina y que ambos se
trasladarían (junto a la niñera del niño) a una pequeña casa de la costa que el
matrimonio compuesto por Francis Scott y
Zelda Fitzgerald le habían prestado para confinarse durante la
convalecencia.
Parece ser que Hemingway llamó a su amante a París para
comentarle lo sucedido y Pauline Pfeiffer se ofreció a ir hasta la casa de la
Riviera para echar una mano a Hadley, debido a que ya había padecido la
enfermedad de pequeña y era inmune a esta.
Días después, en aquella pequeña casa de la costa francesa
se uniría Ernest, tras regresar de España, y allí convivirían todos juntos
durante el tiempo de cuarentena que
los médicos marcaron como aislamiento.
Un confinamiento
que sirvió para afianzar la relación entre Hemingway y Pauline. También para
que el escritor pudiera terminar su nuevo libro y en el que comunicó a Hadley
su deseo de divorciarse.
Una situación
rocambolesca con tintes de comedia de enredo y en la que, parece ser, se convivió
de una manera relativamente pacífica y en armonía.
Tras finalizar la cuarentena todos volvieron a París y el matrimonio
Hemingway decidió separarse. El mes de noviembre se presentaba la demanda de divorcio,
en la que Hadley consiguió como compensación (entre otras cosas) recibir todos
los royalties que generada la venta del nuevo libro de Ernest, ‘Fiesta’,
publicado en octubre de aquel mismo año y que se convirtió en un best seller,
consagrando a Hemingway como uno de los escritores más importantes de su época.
Fuentes de consulta e imágenes: mentalfloss
/ revistavanityfair
/ jstor / hemingway.es
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