Tras la caída del
Imperio Romano en Occidente, y la llegada al poder y a las principales
instituciones políticas por parte de la Iglesia Católica, fue creado en el
siglo VIII los Estados Pontificios
que, a lo largo de algo más de un milenio, tuvieron el control de la mayor
parte de la Península Itálica y de un gran número de naciones europeas.
Los sucesivos papas, a lo largo de todo ese tiempo, no solo ejercían
como cabeza de la Iglesia sino que entre sus funciones estuvo el erigirse y
comportarse como monarcas, asumiendo el cargo de papa-rey e incluso comandando los ejércitos.
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Según como fueron avanzando los siglos el poder papal era
cada vez mayor y la represión política sobre la ciudadanía era prácticamente asfixiante
(sobre todo durante toda la Edad Media). Hacia finales del siglo XV, con la
llegada de un nuevo periodo social y cultural conocido como ‘Renacimiento’ los pontífices centraron
gran parte de la atención en aspectos artísticos y culturales, tal y como
estaba ocurriendo en los territorios del Gran
Ducado de Toscana con los artistas florentinos.
Pero la insatisfacción de los ciudadanos romanos había ido
en aumento generación tras generación. Los herederos del que había sido el
mayor imperio de todos los tiempos veían como Roma había pasado de ser el
centro político del planeta a conformarse con un papel muy secundario, por
culpa de las desacertadas decisiones que habían ido tomando un papa tras otro
en los últimos siglos.
Por tal motivo, a principios del XVI, nació una nueva costumbre
entre los insatisfechos ciudadanos de
Roma que consistió en declarar pública, aunque anónimamente, sus quejas hacia los jerarcas y gobernantes
de turno.
Lo hicieron de una forma original, escribiendo relatos o poemas
satíricos en los que exponían sus críticas y quejas que después eran colocadas
en algún lugar público y de gran tránsito, para que así fuesen leídas por el
mayor número de personas.
Esos lugares eran diferentes estatuas o fuentes que estaban
repartidas en distintos puntos de la capital romana y llegando a conocerse
éstas como las ‘Statue parlanti di Roma’
(Estatuas parlantes de Roma), debido a que, a través de las mismas, los
ciudadanos hablaban y daban a conocer sus críticas.
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A día de hoy, que se sepa, media docena eran las estatuas o
fuentes parlantes en las que se dejaban los escritos anónimos que podían ser
leídos por cualquier transeúnte que por allí pasara. Posiblemente la más famosa
de todas las ‘statue parlanti’ de Roma fue la estatua de ‘Pasquino’, la cual databa del siglo III a.C., y en la que empezaron
a aparecer escritos críticos con pontífices y cardenales.
Se escogió esta estatua ya que, a pesar de su antigüedad,
había sido encontrada en el año 1501 y colocada en una pequeña plaza. Al estar
algo deteriorada no se podía saber si pertenecía a algún personajes del pasado
pagano de Roma o representaba a alguno de los primeros mártires cristianos, por
lo que la jerarquía pontifica no se atrevió a retirarla a pesar de convertirse
en uno de los puntos conflictivos de la ciudad al dejar allí un buen número de
ciudadanos sus críticas hacia la institución.
Con el paso de tiempo se ha sabido que la estatua de Pasquino en realidad
representaba a Menelao, rey de Esparta y famosos por ser uno de los personajes
de la Ilíada y esposo de Helena de Troya.
Otras estatuas parlantes en las que se dejaban los mensajes
son la ‘fontana del Babuino’, ‘fontana
del Facchino’, ‘Marforio’, ‘Abate Luigi’ y la dedicada a la ‘Madama Lucrezia’, esta última se
encontraba inicialmente en Nápoles y con posterioridad se trasladó a Roma.
Con el paso del tiempo a muchas de ellas se les ha cambiado
de ubicación, pero, a día de hoy, todavía son muchos los ciudadanos romanos
que, insatisfechos con sus gobernantes, dejan sus escritos críticos contra
éstos junto a alguna de esas ‘Statue parlanti di Roma’.
Fuente de las imágenes: Wikimedia
commons / statueparlantiroma.it
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