Los libros de Historia y las crónicas de numerosos periódicos están llenos de sorprendentes casos judiciales llevados a cabo contra personas que no cometieron el delito por el que se les juzgó y a los que sometieron a esa situación simplemente por cuestiones de odio racial.
En los inicios de la década de los años 30, del pasado siglo XX, nos encontramos con una de esas infames historias que hacen poner los pelos de punta solo con pensar en las injusticias por la que tuvieron que pasar nueve adolescentes de entre 13 y 19 años que fueron acusados de un delito que jamás cometieron y por el que se les condenó, a ocho de ellos, a la pena de muerte.
Todo comenzó el 25 de marzo de 1931 en un tren que transitaba por el condado de Jackson (Estado de Alabama). En él viajaban los nueve protagonistas de esta historia, aunque tan solo cuatro de ellos se conocían entre sí.
El tren se dirigía hacia Memphis, una ciudad a la que la mayoría de los pasajeros que allí viajaban iban con la intención de encontrar algún trabajo y poder subsistir. Eran los años más duros de la crisis, tras el crack de la Bolsa del año 29.
Fue entonces cuando un grupo de alborotadores jóvenes de raza blanca (con ganas de pelea) comenzaron a insultarlos, provocándolos y llegando finalmente a las manos. Los muchachos blancos fueron expulsados del tren por camorristas, algo que les indignó y sirvió como excusa para dirigirse al sheriff local y denunciar que en el ferrocarril viajaban unos chicos negros que andaban peleándose y metiéndose con el resto de viajeros.
En la estación de Paint Rock esperaron la llegada del tren un grupo de policías locales con la orden de detener a todos los jóvenes de raza negra que allí viajasen.
Durante el registro del convoy, la policía encontró a dos jóvenes muchachas llamadas Ruby Bates y Victoria Price, quienes se habían escapado de casa e iban vagabundeando. Ante el miedo a ser detenidas por ello, no se les ocurrió nada mejor que decir que habían sido violadas por un grupo de chicos negros, señalando como culpables a los inocentes viajeros.
El sheriff local ordenó detener y trasladar a todos los jóvenes de raza negra hasta la prisión de Scottsboro, lugar en el que pasarían un largo tiempo encerrados a la espera de ser juzgados.
El proceso siguió adelante a pesar de que Ruby y Victoria fueron examinadas por un médico forense y éste no encontró indicios de haber sido violadas. Manteniendo éstas su versión de los hechos y la acusación contra los chicos de Scottsboro, apelativo que les asignó la prensa y con el que se les conocería a partir de aquel momento, la opinión pública se posicionó contra los muchachos.
El gobernador de Alabama tuvo que enviar a la mismísima Guardia Nacional para que custodiase la prisión, debido a que los artículos racistas e incendiarios que se publicaron sobre el caso hizo que miles de personas se concentrasen para intentar entrar y linchar a los jóvenes. Cabe destacar que, por aquella época, solo por el hecho de que un hombre negro mirase a una mujer blanca ya era motivo por el que quisieran lincharlo.
El día que se inició el primer juicio al que se enfrentaron los muchachos, necesitaron ser escoltados por 118 guardias que debían velar por su seguridad, algo incomprensible vista la cantidad de pruebas falsas y sin fundamento que se presentaron contra ellos y la parcialidad del tribunal al escoger a todos los miembros del jurado de raza blanca, rechazando cualquier posibilidad de que entre ellos hubiese ninguno negro.
Ocho de los jóvenes (a excepción del más joven) fueron declarados culpables y condenados a la pena de muerte.
Pero esta farsa de juicio y condena hizo que las asociaciones norteñas de los Estados Unidos más progresistas (entre ellas el Partido Comunista Norteamericano) apelasen a la Corte Suprema, consiguiendo que se repitiese el juicio. Pero de poco sirvió ya que nuevamente el jurado estuvo formado por blancos y las pruebas y métodos fueron los mismos.
Samuel Leibowitz, el abogado que se les asignó a los chicos, se encontró con mil y un impedimentos para poder llevar adelante una defensa justa y digna. Una y otra vez (hasta siete) fueron los juicios, recursos y apelaciones que tuvieron lugar a lo largo de los siguientes años. Y a pesar de que las jóvenes se desdijeron de la acusación y declararon que había sido una invención, los veredictos continuaban siendo contrarios a los muchachos.
Finalmente se consiguió conmutar la pena de muerte por años de prisión.
No todos los chicos de Scottsboro corrieron con la misma suerte. Hubo quienes se escaparon de prisión (a algunos los atraparon y a otros no), quien murió asesinado por un balazo de un guardia o quien se pasó muchísimos años encerrado.
El caso de los chicos de Scottsboro fue conocido mundialmente como uno de los hechos más vergonzosos de la judicatura norteamericana, convirtiéndose en un claro ejemplo de lo que jamás se debe hacer en un proceso judicial.