Personas crédulas las ha habido toda la vida y siempre ha salido quien de una manera u otra ha intentado aprovecharse, timar o simplemente burlarse de aquellos que se creen con facilidad las cosas inverosímiles.
Este es el motivo que llevó a realizar una apuesta a dos distinguidos miembros de la nobleza británica. William Bentinck (duque de Portland) quería demostrar a su colega y amigo Philip Stanhope (conde de Chesterfield) lo fácil que le resultaría realizar un anuncio público sobre algo totalmente inverosímil y llenar el teatro de crédulos dispuestos a pagar una buena suma por una localidad.
Stanhope aceptó la apuesta y ambos dispusieron todo lo necesario para ver si se cumplían los pronósticos de Bentinck o por el contrario, la gente no era tan tonta como para caer en una burda trampa.
Días después, todos los diarios de Londres llevaban grandes anuncios sobre un espectáculo único y asombroso que se realizaría 6:30 horas de la tarde del próximo 16 de enero de 1749 en el New Theatre, situado en el Mercado del heno.
En él, anunciaban la aparición de un hombre con asombrosos poderes, capaz de tocar todos los instrumentos musicales existentes a la vez, hablar con los espíritus de los familiares fallecidos de los presentes y como número estelar, el artista, a la vista de todo el público, se introduciría de un salto dentro de una botella de vino común, pudiendo ser ésta examinada por aquellos espectadores que así lo deseasen.
A lo largo de los siguientes días no había otro comentario en la ciudad de Londres que no estuviera relacionado con el extraordinario espectáculo que se podría presenciar en breve. Todas las capas sociales de la ciudad hablaban de lo mismo.
Evidentemente y a pesar de tener las entradas un alto coste (para aquella época), el día señalado el teatro se llenó hasta los topes, quedando todas las localidades ocupadas e incluso con público de pie en los laterales y fondo de la sala.
El duque de Portland acababa de ganar la apuesta a su contrincante y a pesar de eso, ni en el mejor de sus sueños hubiese creído el rotundo éxito de convocatoria que se había conseguido.
Y llegó la hora de comenzar el espectáculo y nadie aparecía en el escenario. Los minutos iban pasando y los asistentes se iban impacientando. Pronto se empezaron a escuchar los primeros gritos, quejas, silbidos y pataleos de los presentes.
Tras un largo rato de espera apareció en el escenario el propietario del local. Sudoroso y con notables síntomas de nerviosismo, pidió disculpas a la audiencia y aseguró que si en quince minutos el artista no aparecía en el teatro, se comprometía a devolver íntegramente el importe de las localidades.
Los silbidos y las quejas continuaron, pero un divertido comentario realizado por alguien que ocupaba una de las localidades más baratas hizo reír a carcajadas a los presentes. La broma en sí iba referida hacia los caballeros y las damas que ocupaban uno de los palcos, hecho que hizo encolerizar a uno de esos señores, lanzando una vela encendida sobre el escenario.
Eso provocó una desbandada general de los asistentes, aprovechando muchos para arrancar asientos y destrozar cuanto se encontraban. El pánico por salir de allí se apoderó de todos, perdiéndose por el camino una multitud de enseres personales como bastones, capas o pelucas (usadas por los caballeros de la época).
Algún espabilado aprovechó la confusión para acceder a la taquilla y llevarse todo el dinero recaudado. El teatro quedó totalmente destruido y su propietario, John Potter, señalado como responsable del engaño.
No fue hasta muchos años después cuando se conoció la verdadera identidad de los bromistas: William Bentinck (Duque de Portland) y Philip Stanhope (Conde de Chesterfield).
Fuente de consulta: hoaxes.org