Es mundialmente sabido que la ciudad de Washington DC es la capital
de los Estados Unidos y que allí se encuentran los principales edificios
gubernamentales del país: la Casa Blanca
(residencia oficial y lugar de trabajo del presidente de la nación) y el Capitolio (edificio que alberga las
dos cámaras del Congreso de los EEUU). Su capitalidad fue declarada
oficialmente a partir de 1790, aunque en aquellos momentos el nombre que se le
asignó fue el de Georgetown y aún
tardaría una década en estar totalmente operativa como ciudad (ya que esta se
levantó desde cero en el denominado como ‘Distrito
de Columbia’, de ahí las iniciales DC).
Hasta el momento en que Washington DC pudiera asumir
plenamente ser la capital de la nación se decidió que otras poblaciones de los
EEUU deberían asumir ese rol, siendo declarada la capitalidad como itinerante. Las
obras de construcción de la Casa Blanca no se iniciaron hasta el octubre de
1792 y las del Capitolio hasta septiembre de 1793, finalizando ambos edificios
en 1800.
De hecho, esa alternancia en la capitalidad de los Estados Unidos se
inició en 1774, siete meses antes de que se iniciara la Guerra de Independencia, cuando
se reunió por primera vez en Filadelfia
los representantes de doce de las Trece
Colonias (el de Georgia fue el que faltó) en lo que se denominó como ‘Primer
Congreso Continental’ y en el que se escogería a Peyton
Randolph (representante de la Colonia de Virginia) como presidente de ese Congreso
Continental y máximo responsable del gobierno provisional
que surgiría dos años después tras la Declaración
de Independencia.
Se podría decir que Filadelfia fue,
durante dos años la primera capital de lo que posteriormente se constituiría
como Estados Unidos de América.
Después los iban siendo otras poblaciones en las que residía alguno de los políticos
que llegaron a encabezar los diferentes gobiernos provisionales hasta que se convocaron
las elecciones de 1788 que ganó George Washington.
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Durante todo ese periodo de años, Nueva York fue capital de EEUU en varias
etapas (la más larga e importante de un lustro, entre 1785 y 1790) y muchos
fueron los representantes políticos que apoyaron la idea de que esta ciudad quedase
designada definitivamente como centro político y económico del país.
Incluso George Washington, tras ganar las
elecciones, celebró la investidura de su cargo como primer Presidente de los Estados Unidos en el Federal Hall de Nueva York, el 30 de abril de 1789; un edificio que
se encuentra ubicado en el barrio de Wall Street (frente al de la Bolsa) y que
fue usado como primer Capitolio de la
nación.
A pocos metros del Federal Hall se
encontraba la ‘Fraunces Tavern’, una
taberna que sirvió durante varios años de lugar de reunión de muchos de los políticos
revolucionarios y, posteriormente, congresistas, en el que pasaron largas hora
debatiendo sobre cómo debía ser la nueva nación en la que acabaría
convirtiéndose los EEUU. Según documentación de la época, llegaron a pasar
más tiempo allí reunidos que el en propio Capitolio neoyorquino.
Muchos fueron quienes apostaron por
convertir a Nueva York en la capital
permanente del país. Uno de sus mayores defensores fue Alexander Hamilton, fundador del Banco de Nueva York y amigo personal de George Washington (años
después éste lo nombraría Secretario del
Tesoro de los Estados Unidos).
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En el lado opuesto y apoyando la
alternativa de trasladar la capital a un lugar de nueva construcción (lo que
hoy en día conocemos como Washington DC) se encontraba Thomas Jefferson, Secretario de Estado, uno de los ‘padres fundadores de la nación’ y con
gran fuerza dentro de la toma de decisiones políticas.
Jefferson sentía una inexplicable animadversión hacia la ciudad de Nueva York y puso
todo su empeño para conseguir que dejara de ser la capital del país. Célebres
fueron las disputas públicas y desencuentros que mantuvo con Hamilton por culpa
de esta cuestión.
Finalmente Thomas Jefferson se salió con
la suya y consiguió que el 16 de julio de 1790 se aprobase que la capitalidad
del país fuese trasladado al Distrito de Columbia. Pero como la nueva capital
estaba aún por construir, ésta fue mudada provisionalmente (y a lo largo de una
década) a Filadelfia.
En noviembre de 1800, un año después del
fallecimiento de George Washington y tres desde que había dejado de ser
presidente, Washington DC empezó a ejercer como capital oficial de la nación bajo
el mandato de John Adams. El día 1
de ese mes se inauguró el edificio de la Casa Blanca y el 17 el del Capitolio.
Pero Adams tan solo pudo disfrutar, como
presidente, cuatro meses de la nueva capital y, sobre todo, de la flamante
nueva residencia presidencial (hasta el 4 de marzo de 1801), debido a que fue
derrotado en las urnas (en las elecciones presidenciales celebradas entre el 31
de octubre y el 3 de diciembre) por Thomas Jefferson, su adversario político
pero al mismo tiempo su vicepresidente.
Aunque oficialmente se le atribuye a John
Adams el haber sido el presidente que inauguró tanto la Casa Blanca (como
residencia presidencial) y Washington DC como capital de la nación, numerosos
son los libros e historiadores que indican (y reconocen) que ese mérito
realmente debe corresponderle a Thomas Jefferson, el principal valedor de que
la ciudad se convirtiera en el centro político del país.
Fuente de la imagen: Wikimedia
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