Durante la Edad Media y el siglo XVII pocas eran las
personas que sobrevivían a largas condenas
en prisión y muy pocos los casos en los que realmente alguien era condenado
a pasar el resto de sus días encerrado, debido a que era común que un gran
número de crímenes fueran directamente castigados
con la pena de muerte. Los delitos intermedios solían recibir penas de
trabajos forzados (por ejemplo enviados como remeros a las galeras) e incluso
con castigos físicos.
Ha sido a través de la literatura y el cine donde más se ha
explotado la imagen del recluso que se tiraba infinidad de años encerrado en
una prisión, pero esos era en contadísimos casos.
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Pero llegó un momento, recién iniciado 1700, en el que las
autoridades se dieron cuenta que no podían ir ejecutando a diestro y siniestro
por delitos que no requerían un castigo
tan severo, por lo que se empezó a dar unas condenas de prisión más largas.
Los presidios no estaban pensados como un lugar donde
rehabilitarse socialmente, sino como un lugar donde cumplir con el castigo
impuesto. Pero hubo un momento en el que fueron muchos los lugares en los que las prisiones se quedaron pequeñas para
albergar a toda la población reclusa y tuvieron que ingeniárselas para
evitar que estuviesen hacinados; sobre todo por la insalubridad que ello
suponía, ya que un gran número de reclusos fallecía a causa de enfermedades contraídas
durante el encierro.
Numerosos barcos fueron utilizados como cárceles flotantes e incluso se empezó a enviar a los presos hacia
destierros penales en otros países y colonias. En el caso de Inglaterra
numerosísimos fueron condenados que mandaron hacia Norteamérica y, a partir de 1783,
tras finalizar la Guerra de Independencia americana y perder el control sobre
sus colonias, el destino de los reclusos fue Australia.
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A lo largo del siguiente siglo fueron 806 barcos británicos
los utilizados para trasladar presos desde Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda
hasta Australia, calculándose en cerca
de doscientos mil los convictos desterrados penalmente. Según consta, también
se enviaron presos desde otras colonias en la India, China, Canadá o Estados
Unidos (cuando dejó de ser colonia británica).
A pesar del envío masivo de presos a Australia, las insuficientes
prisiones inglesas siguieron teniendo aglomeración entre el siglo XVIII y XIX. Allí
eran encerradas y hacinadas incluso familias enteras, que debían pasar una
temporada entre rejas debido a las deudas contraídas y que no habían podido ser
satisfechas, debido a que estaba considerada como delito el no pagar aquello
que se debía (sobre todo los impuestos) y no solo se culpaba de ello al cabeza
de familia sino a todo el conjunto de miembros de la misma.
Aquellos presos que eran enviados a pasar un tiempo en
prisión, por algún delito menor, y que disponían de cierto capital podían tener
un mejor trato y ser encerrados en una celda más amplia y con menos reclusos,
gracias a la facilidad que había para sobornar a los funcionarios y carceleros.
Algo mejoró el sistema penitenciario británico a partir de
la Era Victoriana (segunda mitad del siglo XIX). Dejó de desterrar penalmente a
los convictos, se construyeron nuevas prisiones donde acomodarlos mejor y sin
hacinamiento y se mejoraron sobre todo las condenas y tipo de delitos que se
castigaban, acabando de ese modo, sobre todo, con la aglomeración y
superpoblación carcelaria.
Fuente de la imagen: Wikimedia
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