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Tras el triunfo del ejército español de la Batalla de Bailén en la Guerra de Independencia, el General Castaños mando hacer prisionero a todo aquel soldado de las tropas de Napoleón que fuese capturado.
Así, fueron conducidos hasta Sanlúcar de Barrameda, desde donde serían repatriados a Francia debido a un acuerdo firmado por ambos países en las “Capitulaciones de Andújar”, el 22 de julio de 1808. Una vez subidos en ocho barcos, los prisioneros no fueron devueltos a su país como fue estipulado, sino que se les mantuvo encerrados allí como si de cárceles flotantes se tratase. Las provisiones comenzaron a escasear pronto y el hambre a hacer acto de presencia. A esto se sumaba la falta de higiene y las pésimas condiciones de salubridad, lo que provocó numerosas muertes y la negativa de los guardias españoles a seguir vigilando bajo esas condiciones a los cautivos franceses.
Fue entonces cuando el Gobernador de Cádiz tomó la decisión de trasladar a los prisioneros a otro punto geográfico. El 9 de abril de 1809, los barcos partieron de la Bahía de Cádiz. Unos cinco mil fueron trasladados a las Canarias, corriendo mejor suerte que el otro grupo de nueve mil hombres, dirigido hacia una isla desierta de las Baleares.
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El lugar elegido fue La Cabrera, una isla de apenas 16 kilómetros cuadrados y desprovista de recursos naturales para subsistir. Allí fueron soltados y abandonados unos prisioneros que tuvieron que empezar de cero en aquella inhóspita tierra.
Los nuevos huéspedes de la isla tuvieron que organizarse como si de una comunidad se tratase; para ello, constituyeron diferentes niveles jerárquicos respetando el grado militar de cada soldado previo a la captura, teniendo en cuenta que los oficiales de rango superior sí que habían sido devueltos a Francia. Con esta medida intentaban evitar que las nefastas condiciones de vida los llevase a la anarquía y el libertinaje.
Desesperados, vivían pendientes de avistar cualquier barco que les aprovisionara, pero poco a poco las visitas de las embarcaciones con víveres se iban distanciando más en el tiempo, llegando a quedarse sin alimentos. Esta situación propició que los franceses comenzaran a alimentarse de raíces, hojas e insectos y que el hambre llevase a algunos hombres a practicar el canibalismo, alimentándose de los restos de sus compañeros fallecidos.
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Para evitar que la antropofagia se extendiera entre los residentes, se instauraron una serie de leyes en las que se prohibía esta práctica bajo pena de condena a muerte. Según pasaban los años, los prisioneros no entendían cómo no eran rescatados por sus compatriotas enviados por su emperador; se habían convertido en los “soldados olvidados de Napoleón”, que se sentía avergonzado de cómo perdieron la batalla y fueron capturados.
Así pues, pasaron cinco largos años cargados de penurias hasta que en 1814, tras finalizar la Guerra de Independencia, fueron recogidos y trasladados hasta su Francia natal. Solo quedaban 3.600 hombres de los 9.000 que llegaron a la isla. Su recibimiento en tierra gala fue, además, en silencio y bajo sospecha de seguir siendo fieles a Napoleón y no al nuevo monarca que reinaba en el país: Luis XVIII.
Post publicado originalmente para Yahoo! Noticias España el 5/10/2011:
https://es.noticias.yahoo.com/blogs/cuaderno-historias/los-soldados-olvidados-napole%C3%B3n-abandonados-en-la-isla-105320108.html
Fuentes de consulta: Les Grognards de Cabrera : 1809-1814 (Pierre Pellissier – Jéróme Phelipeau) / Desaix